Luis Cornejo (El Salvador, 1979) es un artista como su obra: con varias capas de profundidad. A su paso por la Escuela de Artes de la Universidad de El Salvador (2007), sumó estudios posteriores en la Escuela de Bellas Artes de Dresde en Alemania (2010), puliendo unas habilidades técnicas ya de por sí impresionantes. Además de diversas exposiciones personales y colectivas (en países como El Salvador, Guatemala, Panamá, EE.UU., Alemania y China), participó en la 8va Bienal del Istmo Centroamericano (Panamá, 2013) y en la 7ma Bienal Internacional de Arte en Beijing (2017). Hoy su trabajo se encuentra en las colecciones privadas más prestigiosas de El Salvador, y en varias instituciones, como es el caso del Museo de Arte de El Salvador (MARTE).
A diferencia de otros artistas, Cornejo no concibe su carrera segmentada en una secuencia de distintas series de trabajo. Para él, todo se trata de una búsqueda ininterrumpida, del descubrimiento de esa voz única que habita en sus piezas. Desde muy joven, concluyó que su obra fusionaría una destreza técnica, deudora en muchos sentidos del Renacimiento europeo, con referentes visuales de su infancia, provenientes de distintos dibujos animados y videojuegos. Como una suerte de carnaval, su obra es el espacio donde se mezcla la alta cultura de formas depuradas y complejas, inspiradas en los retratos de Leonardo da Vinci, con figuras extraídas de los animados de Walt Disney y otras fuentes de la cultura popular. Así, tradiciones extensamente arraigadas en la Historia del Arte deben cohabitar con referentes mucho más simples, pero es precisamente en ese diálogo, de fuentes tan diversas, donde eclosionan las posibles lecturas, como átomos que se encuentran en un acelerador de partículas.
Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad.
J. L. Borges
Veo en muchos artistas a lectores de las peculiaridades del cosmos. Personas con una capacidad extraordinaria para entender las leyes que lo conforman, para descifrar sus códigos; para extraer de la realidad fragmentos de esa belleza primigenia, y transformarlos en obras. La angustia frente al acto de la creación es algo que parece acompañarlos de forma constante. El escritor sudafricano J.M.Coetzee lo ilustra de la siguiente forma: «para escribir una novela tienes que ser como Atlas, cargar con todo un mundo en tus hombros y sostenerlo durante meses y años, mientras todos sus asuntos se resuelven por sí mismos».1 También cargan con la necesidad constante de convertir sus historias de vida en relatos visuales. Susan Sontag habla de «democratizar todas las experiencias, traduciéndolas a imágenes».2
Ser artista supone una búsqueda constante, ya que el arte nace en un limbo entre el frío razonamiento lógico y las emociones más intensas. Quizás por ello resulte tan difícil descubrir el código de la creación artística, hacerse con una receta infalible, determinar su génesis exacta. Nunca sabemos cuándo nos visitará una musa, o dónde nacerá una obra, por lo que dedicarse al arte es, ante todo, un acto de observación continuo, de constante cuestionamiento de la realidad, en cada uno de los niveles en que la psiquis logra entenderla, tanto consciente como inconscientemente. Una vocación sin límites, un monólogo eterno frente al espejo de la creación, con la esperanza de que algún día nos respondan del otro lado.
Luis Cornejo (El Salvador, 1979) es un artista como su obra: con varias capas de profundidad. A su paso por la Escuela de Artes de la Universidad de El Salvador (2007), sumó estudios posteriores en la Escuela de Bellas Artes de Dresde en Alemania (2010), puliendo unas habilidades técnicas ya de por sí impresionantes. Además de diversas exposiciones personales y colectivas (en países como El Salvador, Guatemala, Panamá, EE.UU., Alemania y China), participó en la 8va Bienal del Istmo Centroamericano (Panamá, 2013) y en la 7ma Bienal Internacional de Arte en Beijing (2017). Hoy su trabajo se encuentra en las colecciones privadas más prestigiosas de El Salvador, y en varias instituciones, como es el caso del Museo de Arte de El Salvador (MARTE).
A diferencia de otros artistas, Cornejo no concibe su carrera segmentada en una secuencia de distintas series de trabajo. Para él, todo se trata de una búsqueda ininterrumpida, del descubrimiento de esa voz única que habita en sus piezas. Desde muy joven, concluyó que su obra fusionaría una destreza técnica, deudora en muchos sentidos del Renacimiento europeo, con referentes visuales de su infancia, provenientes de distintos dibujos animados y videojuegos. Como una suerte de carnaval, su obra es el espacio donde se mezcla la alta cultura de formas depuradas y complejas, inspiradas en los retratos de Leonardo da Vinci, con f iguras extraídas de los animados de Walt Disney y otras fuentes de la cultura popular. Así, tradiciones extensamente arraigadas en la Historia del Arte deben cohabitar con referentes mucho más simples, pero es precisamente en ese diálogo, de fuentes tan diversas, donde eclosionan las posibles lecturas, como átomos que se encuentran en un acelerador de partículas.
Podríamos decir que la obra de Luis Cornejo se mantiene dentro de una visualidad tradicional; es decir, a niveles técnicos su evolución artística es casi imperceptible entre una pieza y la siguiente, pero notable cuando analizamos un mayor volumen de trabajo. Su vocación la entiende del mismo modo que su recorrido por la vida: como un acto de constante aprendizaje y desarrollo de habilidades. «Ambas cosas han ido de la mano, pero sobre todo el acto de pintar y “caminar” dentro de la maduración de la técnica. Esto es lo que me sugiere posibilidades y me abre rutas a la hora de resolver cómo lograr la siguiente imagen».
Otro elemento que resulta fundamental para entender su obra, es la idea de que todo forma parte de un proceso continuo. La imagen es el detonante indiscutible de cada pieza. Un detalle dentro de una fotografía, una escena o un motivo que le atrae mientras camina por la calle, o incluso el recuerdo nebuloso de un sueño, activan en él un modo de alerta, una secuencia de eventos cuya finalidad será una obra de arte. En un primer momento, emergen páginas de notas detalladas en sus cuadernos; ideas que con las semanas se convertirán en bocetos, luego dibujos mucho más complejos, y posteriormente pinturas. Decisiones que poco a poco, capa a capa, van completando la pieza. Lo interesante de este método es que cada uno de estos momentos contiene sus propios retos; desafíos cuya resolución determina, inevitablemente, el resultado final.
El trabajo anterior de Luis Cornejo nos mostraba a sus figuras sobre un fondo plano, como flotando en el vacío, sin mucho contexto. En sus comienzos, los modelos provenían de algún anuncio publicitario, o revista de moda. Pero, con el paso del tiempo, y la evolución de su proceso de trabajo, este rumbo cambió hacia una dirección mucho más personal, mucho más íntima.
En un inicio mis cuadros consistían en un personaje representado ante un fondo plano, pero en la medida en que mis modelos empezaron a venir cada vez más de gente de mi entorno, o de fotos que encontraba en redes sociales, empezaron a aparecer contextos para estos personajes: un paisaje, un interior, un jardín, un bosque.
Estos escenarios en un principio emergen como formas caricaturescas muy puntuales, aves, abejas o nubes creadas desde los códigos de los dibujos animados, que funcionan, de forma aislada, como atributos o complementos de los personajes centrales de la composición. Aunque, por el momento, las piezas de Cornejo siguen siendo retratos; eventualmente notamos cómo estos escenarios van ganando preponderancia, ampliando sus fronteras. Así nace en su obra un nuevo personaje: el bosque, una representación arquetípica de nuestro subconsciente colectivo, tal y como fue entendido por Carl Jung. El bosque es la voz de aquello que no entendemos, de las zonas oscuras de nuestra psiquis. Una entidad en ocasiones afable, pero que puede volverse densa y peligrosa; que acoge a las sombras y miedos más oscuros, pero también es el refugio de fuerzas sobrehumanas, que van más allá de nuestra comprensión.
En Forest’s buzz, vemos a una chica en medio de la naturaleza, peligrosamente rodeada de abejas, pero a la que solo parece importarle aquello que escucha en sus audífonos. Una pieza así, por ejemplo, nos habla del aislamiento voluntario, de la necesidad de ignorar ciertas señales de nuestro contexto, ya sea por saturación, o por conveniencia. Aunque la obra, un poco como el viento, no avanza en una única dirección. También nos habla de los peligros de ese aislamiento, de la necesidad de abrirnos a las posibilidades que nos ofrece el entorno, de las soluciones que implica saber escuchar
La obra Dreamer, por su parte, nos presenta a una joven de ojos cerrados, hundida en una naturaleza apabullante, en una postura que de cierta forma recuerda a la Ofelia (1852), de John Everett Millais (Reino Unido, 1829-1896). A diferencia de aquella, la soñadora de nuestro artista sostiene en sus manos un ramo de f lores, devenidas en linternas caricaturizadas. Aquella es arrastrada sin ningún control por el río, que la conduce a su muerte. Ésta, sumergida en una especie de letargo, ilumina su entorno, lo domina, se conecta con la realidad con un nivel de lucidez sólo posible a través de los sueños.
En estas obras de Cornejo, existe una correlación, entre esa fuerza esencial, irracional, que encontramos en el bosque; y su contraparte, ilustrada con trazos simples y colores planos, cuyos códigos provienen del mundo de los dibujos animados. Si en la primera habita el subconsciente, representado con todas sus complejidades; la segunda alberga la ingenuidad humana que busca estructurarlo y segmentarlo, la intención de dominarlo. Esta dualidad es palpable en piezas como El descubrimiento del fuego, donde dos jóvenes, ataviadas con lanzas y pieles de animales, observan anonadadas el nacimiento de una pequeña llama. Conforme los personajes entienden su entorno, conforme lo dominan, lo van contaminando con esa estética simple, de colores estridentes. Así vemos representados sus vestidos, e incluso las pieles de animales con que cubren sus cabezas, como una caricatura de lo que una vez fueron. La obra es culminada por un puñado de llamas que han mutado en hadas, similares a la Campanita (Tinker Bell) que acompaña a Peter Pan. El fuego ha sido dominado, y el poder de su tecnología, como la magia del personaje de Disney, es capaz de hacernos volar
Resulta relevante recalcar que el bosque es a los personajes de Luis Cornejo, lo que la realidad es al artista: una fuente sin límites de historias y eventos. Es la materia prima para su arte, el Edén genésico de cada una de sus obras, ese espacio de su mente en el que se hunde, cada vez que busca crear una nueva pieza. Luchar contra él resulta tan poco efectivo como buscarle formas a las nubes, pero igual de divertido. Los animales y otros seres caricaturescos lo ayudan, desde sus respectivos valores simbólicos, en la manipulación de esta fuerza primigenia. Lo asisten, como el óleo y el carboncillo, para hacerla más dócil, para darle un rostro, entenderla y así lograr representarla
Llegados a este punto en la obra de Luis Cornejo, cada uno de los personajes que la habitan pueden definirse a partir de su relación con ese entorno. Y, aunque perviven las formas caricaturescas, el equilibrio entre estas y la naturaleza de sus alrededores será clave para entender los juegos simbólicos que cada pieza esconde. Esta es la dirección que toma su muestra personal, Bocetos de un autorretrato, desplegada en las salas de la Galería 1-2-3 como un gran cuaderno de apuntes, dispuesto para sus espectadores. La exhibición abre las puertas al proceso creativo y pictórico del artista, compartiendo con nosotros ese viaje de exploración y autodescubrimiento.
Como ya hemos comentado, las piezas de esta exposición se construyen a través de una acumulación de capas, mediante una secuencia de superposiciones visuales, que comienza por los apuntes iniciales en los cuadernos del artista, y poco a poco van ganando en su arquitectura, hasta llegar a las obras que hoy nos ocupan. Es así como nos encontramos ante bocetos, dibujos, pinturas e intervenciones murales. Todo disperso por la galería, como si fuera posible desplegar, en una única unidad de tiempo y espacio, las anotaciones, los diversos caminos, las soluciones a medias, las dudas, e incluso las ramificaciones de una misma idea. La exposición busca reflejar todas estas etapas, que usualmente se ocultan detrás de cada pieza. Hace un corte transversal a través de todo el proceso creativo para darle al espectador un acceso exclusivo, tras bastidores, a la mente del pintor; permitiéndole entrar en su intimidad a través del detalle.
En una primera capa de bocetos accedemos a las proyecciones iniciales de cada idea, con sus notas y circunstancias; ideas que posteriormente serán asimiladas, parcial o totalmente. Algunos de estos bocetos nos muestran esos primeros trazos discretos, repasos de algún recuerdo o emoción contenida. Los apuntes alrededor de la pintura Aurora, por ejemplo, cuentan momentos en los que la obra contenía no a dos, sino a tres figuras, en posturas que distan bastante de lo que sería el resultado final de la pieza. Otros bocetos son estudios anatómicos mucho más complejos, acompañados de reflexiones, que quedan en el espacio, como un estado de ánimo, como un recuerdo congelado en la memoria.
También son ocupadas las salas de la galería por algunos estudios de formato mediano/pequeño. Con un nivel de factura mucho más complejo, pudiéramos considerarlos como ese siguiente paso en el proceso de creación, como piezas que nos permiten evaluar otras habilidades del artista, entender otro enfoque sobre el dibujo, distante de elementos relacionados con la composición o el concepto de la obra, y mucho más cercanos a los aspectos técnicos. Descubrimos, por ejemplo, que el trazo de Cornejo puede ser suelto, marcando un ritmo constante, como en uno de sus autorretratos, pero que también puede enfrentarse al dibujo como lo hacían los artistas renacentistas, concediendo especial cuidado al detalle, la proporción y la armonía.
Continuando con este recorrido, diez pinturas, con formatos diversos, funcionan como columna vertebral, como una guía estructural de la muestra. Diez historias que, de manera aislada, exploran las diversas formas en que el artista consume el mundo, sus luchas y sus anhelos. Ideas como la belleza, la dualidad del ego, o el entendimiento de la naturaleza, son exploradas entonces a través de estas obras, que funcionan como portales a la mente del creador, como reflejos de su psiquis.
Se le atribuye al británico Cyril Connolly haber dicho que la mejor autobiografía de todo escritor es su primera novela. Se apoya precisamente en la idea de que en esa obra primigenia es posible leer, entrelíneas, tanto los sueños como los miedos más oscuros de quien la ha creado, sus impresiones más personales de lo que es la experiencia del mundo. En el caso del arte no resulta muy distinto. Una pieza es perfectamente capaz de decirnos quién es su autor, qué colores definen su ánimo. Puede contarnos si es sereno y pausado, o de trazos violentos y bruscos. Si se preocupa por las problemáticas de su entorno, o prefiere aislarse en un refugio hecho de ideas fantásticas .
En el caso de Bocetos de un autorretrato, descubrimos que cada pieza responde, a su forma, esta misma pregunta: ¿Quién es Luis Cornejo? o ¿Dónde existe Luis Cornejo? Quizás no es siquiera el creador de sus obras, sino que resulta ser quien las habita, a todas y cada una de ellas de igual manera. Cuando busca aislarse del mundo es la chica de Forest’s buzz. Y, mientras resuelve sus conflictos internos, mientras busca formas de aceptar su sombra, transita entre las protagonistas de Descubrimiento del fuego y Aurora. Estoy seguro de que en alguna ocasión ha necesitado encarnar a la adivina de Sibila, para aclarar sus posible caminos en el futuro; y también, del mismo modo que Odiseo fue tentado por las sirenas, se ha visto seducido por el canto de canarios, como la muchacha de Chica con canarios.
Así entendemos que el artista se difumina entre cada una de sus obras. Su voz la escuchamos incluso en los dibujos que no llegaron al lienzo, en esos caminos vacíos, a los que solo tenemos acceso a través de bocetos. Pero la exposición refleja dos niveles de autorretrato: uno del proceso creativo, otro del creador. Nos permite entender que cada obra contiene, en parte, a su artista, pero también nos descubre que un autorretrato no es una imagen unívoca, sino que más bien resulta un proceso líquido, cambiante, como también somos nosotros a lo largo de nuestras vidas. Por ello la pieza que culmina la muestra es una de las muchas obras que han existido para mostrarnos cómo se percibe el artista a sí mismo; como el agua de un río, la suya es una imagen en constante movimiento. Julio Cortázar en algún momento dijo:
Cada día que pasa me parece más lógico y más necesario que vayamos a la literatura -seamos autores o lectores- como se va a los encuentros más esenciales de la existencia, como se va al amor y a veces a la muerte, sabiendo que forman parte indisoluble de un todo.
Cuando Luis Cornejo piensa la composición de sus pinturas, cuando decide la gama de colores, la iluminación de la pieza, los elementos fantásticos que la componen; no está trabajando en la creación de una obra de arte, sino que está viviendo a través de 22 ella. Por ello no segmenta sus series, por eso le cuesta muchas veces nombrarlas, del mismo modo que nos resultaría difícil a nosotros ponerle un título a una semana en nuestras vidas. Cualquier explicación alrededor de sus obras -incluso este mismo texto- no son más que limitaciones para esa vivencia. Por ello esta exposición se muestra de forma honesta, no como lo que quisiera ser, sino como lo que es: bocetos de un autorretrato en constante cambio, partes de un todo indisoluble.
por Rigoberto Otaño Milián