Segunda piel

Carlos Villabón

&

Sobre el artista

Carlos Villabón

Los proyectos de escultura y pintura de Villabón surgen de diversas exploraciones formales sobre la luz, la oscuridad, el color y la propia materialidad de las bolsas. Sin embargo, sus reflexiones van más allá del juego de estas representaciones pictóricas cotidianas ya que aluden al plástico como arma silenciosa que afecta el medio ambiente y, por tanto, nuestras vidas.

Para ahuyentar moscas y distintos insectos, en Colombia y algunos lugares del trópico se suspenden bolsas de plástico con agua a diferentes alturas. Esa creencia popular inspiró a Carlos Villabón a representar este tipo de bolsos de forma mimética y en diferentes formatos. Esta imagen proviene de lugares cálidos que el artista habitó y visitó durante su infancia; concepto que aportó como uno de los ejes centrales de su obra.

Las bolsas de hielo saborizado que se consumen en diversas zonas de la región como dulces o simplemente para afrontar el calor, son otra particularidad del entorno que ha investigado Villabón. Los Bolis, similares a bolsas de agua suspendidas, exponen la maestría del artista en el manejo de colores vibrantes, brillos y matices. Los reflejos también expresan fenómenos físicos como la reflexión y refracción de la luz que incide sobre los objetos.

Sobre la exposición

Carlos Villabón. Segunda piel, un recorrido por la identidad

Nel mezzo del cammin di nostra vita

mi ritrovai per una selva oscura,

ché la via retta era smarrita.

Dante Alighieri, Infierno

En los primeros versos de la Divina Comedia, un Dante Alighieri de aproximadamente 35 años confiesa encontrarse en la mitad del camino de su vida, desorientado, atrapado en una “selva oscura” que simboliza, entre otras cosas, la pérdida del rumbo y el extravío de su identidad. Eventualmente todo ser humano se enfrenta a ese instante en el que los límites que definen su ego parecen disolverse y la claridad de un trayecto se torna opaca. El bosque, con sus sombras y su densidad, es el espacio en el que se confunden la memoria y el presente, la voluntad propia y las fuerzas externas que nos configuran.

Ese umbral de incertidumbre —construido de la tensión entre lo que somos, lo que recordamos haber sido y lo que los demás proyectan sobre nosotros— constituye también el territorio de la reciente exposición de Carlos Villabón. Segunda piel surge desde una pregunta existencial: ¿qué es la identidad del ser humano? ¿En qué momento dejamos de ser sujetos para convertirnos en imágenes modeladas por lecturas colectivas, por proyecciones?

Carlos Villabón, nacido en El Espinal, Tolima, en Colombia, ha construido en los últimos años una trayectoria que combina el rigor técnico de la pintura figurativa con una exploración constante. Desde Bogotá, y con creciente presencia internacional, ha desarrollado un cuerpo de series que se ramifican de forma paralela, todas ellas iteraciones de un mismo motivo: la bolsa de plástico.

Algunas se presentan como ejercicios pictóricos donde el artista explora las leyes de la física, jugando con la percepción y la materialidad; mientras que otras nacen como representaciones lúdicas, cargadas de humor y toques surrealistas. Pero todas nacen de un curioso ritual de sus años de la infancia en su pueblo natal, en donde acostumbraban a colgar bolsas de plástico con agua o líquidos de distintos colores para espantar insectos, o simplemente como amuletos decorativos.

Así, en series como Convenciones (2020) o Celulosas (2024), vemos un desarrollo técnico increíble del pintor, del observador del mundo y sus formas naturales. Aquí las bolsas y el plástico son solo una excusa para mostrar, desde la pintura, el comportamiento de la luz sobre distintas superficies, y la forma en que estimula nuestras mentes. Misiles (2022), por otro lado, combina bolsas y juguetes de plástico tipo Lego, en una suerte de surrealismo lúdico con tintes de comentario social. Luego, casi como precursores temáticos de esta exposición, ha creado series como Balloons  o Apropiaciones (2023), que indagan en la identidad del artista, rescatando imágenes y recuerdos de su infancia, que luego convierte en símbolos y metáforas. Estas series, aunque diversas en tono y procedimiento, han evolucionado en un universo coherente y fácilmente identificable, que crece como una suerte de tela de araña, alrededor de un mismo eje o motivo, pero con múltiples puntos de contacto a otros planos de la realidad.

Marcar los lindes de esa segunda piel

Todo este recorrido nos trae a Segunda piel, el proyecto más reciente de Carlos Villabón, que condensa muchas de las inquietudes que han motivado su carrera en los últimos años.

Las bolsas plásticas, motivo recurrente en su producción, reaparecen aquí como membranas ambiguas: frágiles pero resistentes, transparentes aunque también opacas, protectoras y a la vez asfixiantes. Esta paradoja, siempre construida y mediada por capas externas del discurso, se extiende como una gran metáfora de la identidad contemporánea. Pero vamos por partes.

En gran medida, la muestra está conformada por piezas de la serie Construcciones, extrañas formaciones creadas a partir de bolsas plásticas que fusionan dos de los géneros más persistentes en la historia del arte: el retrato y el bodegón (también conocido como naturaleza muerta). De esa unión surgen figuras de óleo suspendidas en un umbral ambiguo, a medio camino entre la vida y la muerte. Son imágenes que, en ocasiones, rozan lo abstracto y, en otras, se aproximan a la figuración, siempre moduladas por los reflejos de la luz sobre las superficies que evoca. Ese juego óptico convierte cada obra en un organismo cambiante, cuya forma definitiva se completa en la mirada del espectador.

Aunque no todas se sitúan en el mismo punto de ese vaivén entre lo reconocible y lo indeterminado. Algunas (Construcción 62 y Construcción 63, por ejemplo) se presentan como cúmulos de bolsas superpuestas sin una forma precisa, ofreciendo un amplio margen a la imaginación de quien la enfrenta. En cambio, otras obras, como Construcción 64, sugieren figuras mucho más claras. El mismo procedimiento pictórico conduce, así, a resultados opuestos: desde configuraciones que parecen diluir cualquier referencia concreta hasta imágenes que insinúan presencias inconfundibles, como una niña o un pato de juguete. En este contraste se activa la reflexión sobre la identidad y su carácter relacional, pues gran parte del sentido de estas obras descansa en la proyección y lectura que hace quien las observa.

Ese tránsito entre lo reconocible y lo difuso remite inevitablemente a la idea lacaniana del “estadío del espejo”, donde el sujeto se constituye a través de la imagen que percibe de sí mismo y, sobre todo, de la mirada del otro. En Construcciones, las bolsas plásticas funcionan como superficies de mediación: distorsionan, fragmentan o revelan, haciendo visible que la identidad nunca es fija ni autónoma, sino un reflejo en permanente negociación. Del mismo modo que en Lacan el yo es resultado de una proyección especular, aquí las figuras pintadas solo alcanzan sentido pleno en el encuentro con el espectador, cuya interpretación termina de modelarlas.

Entre las piezas más reveladoras del conjunto se encuentra Construcción de Goya (2025), cuya proporción horizontal y tratamiento cromático evocan de inmediato la célebre Maja desnuda. No se trata de una simple cita, sino de una operación de transposición: la figura clásica se convierte aquí en un cuerpo formado a partir de bolsas, donde la sensualidad del modelo original se desdibuja en pliegues de plástico. En otra dirección, las piezas Desnuda y A caballo  (ambas de 2025) sugieren un diálogo con la obra de Fernando Botero, en particular con sus personajes de amplias proporciones. Al retomar este referente, Villabón conecta con un imaginario profundamente enraizado en el arte latinoamericano y en la proyección de la identidad colombiana hacia el exterior. Pero, lejos de repetir el gesto de Botero, lo desplaza: las bolsas plásticas actúan como velo y distorsión, recordando que incluso los modelos más reconocibles de nuestra tradición cultural no son inmutables, sino imágenes que se transforman según el contexto y la mirada.

Estas tres piezas evidencian cómo Villabón no se limita a citar la Historia del arte, sino que la utiliza como un espejo para proyectar su propia identidad. En la tensión entre la Maja de Goya y las figuras de Botero se adivina no sólo la tradición pictórica que lo precede, sino también la huella personal del artista que las reinterpreta. Son obras que, al desplegar capas de sentido, nos permiten leer en ellas fragmentos del propio Villabón, del creador que se expone a través de las imágenes que ha seleccionado.

Por otro lado, obras como Bajo la misma piel prolongan la exploración de la identidad como construcción relacional. La pieza retrata a una pareja siguiendo patrones tradicionales de color y encuadre, solo que ambas figuras están contenidas y modeladas por una misma bolsa de plástico que las envuelve. La escena recuerda la extrañeza silenciosa de American Gothic de Grant Wood, donde lo inusual se integra en lo cotidiano, subrayando la paradoja de ser visibles y estar ocultos al mismo tiempo. La protección es también asfixia. Las fronteras contorno. Lo que fusiona a estas figuras en una misma criatura, también los separa del resto del mundo, volviéndolos protagonistas indiscutibles de la historia de amor más única y a la vez universal que podamos concebir.

Así, la exposición invita a cuestionar algo esencial: ¿cuál es nuestro auténtico revestimiento?, ¿el que nos resguarda y separa, o aquel moldeado por las normas sociales y culturales que nos configuran sin remedio? Frente a esta tensión, cada obra de Villabón actúa como un espejo ambiguo, preguntándonos hasta qué punto somos creadores de nuestra propia imagen o meros reflejos en el mundo que nos observa.

La raíz de todos los destinos posibles

Para el semiótico ruso Boris Uspenski, el pasado no es un bloque fijo e inmutable, sino una construcción en permanente revisión. Cada generación —y cada individuo dentro de ella— reinterpreta la historia desde las necesidades del presente, utilizando la memoria cultural como una herramienta maleable para dar forma a su identidad. En Segunda piel, esta perspectiva encuentra resonancia en dos obras que funcionan como núcleo íntimo de la exposición: Nacimiento y el retrato No dejes de seguirme (2025). Ambas, por su factura cercana a la serie Convenciones, evocan los orígenes, el punto de partida de la biografía del artista. En ellas, el objeto cotidiano trasciende su materialidad y se convierte en metáfora del comienzo: la infancia como espacio germinal, donde todo destino aún es posible. Al situarlas casi como reliquias, en un lugar resguardado de la sala, Villabón no solo evoca su propio pasado, sino que lo redefine desde el presente, otorgándole una preponderancia, un rostro, un significado y, en última instancia, una dirección.

Así, la exposición no se limita a explorar los pliegues de la identidad actual, sino que retrocede hasta el momento inicial de la vida, aludiendo a ese instante originario donde la memoria personal comienza a entrelazarse con la historia y la cultura. En este gesto, Villabón utiliza el lenguaje pictórico como vehículo de autoconocimiento, pero también como afirmación de que el destino no se hereda: se construye a partir de cómo decidimos recordar y reinterpretar nuestros comienzos. Esta reflexión se prolonga en la video-proyección que da título a la muestra: Segunda piel (2025).

En la Sala 2 de la galería, asistimos a un ambiente surreal, como si el artista nos diera acceso privilegiado a lo más intríseco de sus recuerdos. Por un lado, Un video documenta la escultura de un niño en fibra de vidrio a escala real, con los ojos vendados, inmerso en una suerte de juego de la piñata. A su alrededor cuelgan decenas de bolsas plásticas suspendidas en el aire, como si fueran frutos de un árbol que esperan a ser derribados. A su lado, las paredes de la sala pobladas por un único lienzo, un retrato de título muy sugerente: Lo que piensa el agua, la luz y yo (2025). Por un lado, el niño, con el gesto de quien tantea en la oscuridad, encarna la incertidumbre del destino: cada bolsa representa una posibilidad aún no definida, una identidad latente, una bifurcación en el camino de la vida. Por el otro, un retrato, un rostro habitado por todas las bolsas posibles. En el caso de la escultura devenida en video, algunas incluso yacen ya en el suelo, señal de los recorridos emprendidos, de las experiencias ganadas, de los relatos que ya han comenzado a escribirse. Sin embargo, la mayoría permanece colgando, fuera de alcance, recordándonos que la existencia nunca es lineal ni acabada, sino una sucesión de intentos y elecciones que nos empujan hacia lo desconocido. En el caso de la pintura al óleo, la figura habita todos los posibles destinos. Después de todo, la vida es eso: un campo de posibilidades, pero también un breve relato, que es necesario vivir con intensidad.

En el otro extremo de la sala, un bloque de cientos de bolsas de plástico flotan en el aire. Disección (2025) presenta un cuerpo etéreo, ajeno, como una fuerza sobrenatural que pertenece a otro mundo. En los distintos colores del líquido que contiene se vislumbra una degradación de tonos cálidos que recuerdan la piel, los músculos, el corazón, el recuerdo, la memoria.

El valor de un recuerdo

A medida que avanzamos por la exposición, de forma inevitable cada obra nos coloca frente a un pliegue distinto del concepto de la identidad. Algunas, como Construcción de Goya o Desnuda, nos recuerdan que el yo se estampa también en las imágenes heredadas de la historia, en esos referentes de los que el artista bebe, y luego reinterpreta para darles una nueva vida. Otras piezas, como Bajo la misma piel, encuentran la identidad en la paradoja de lo compartido: la intimidad que une, pero que también separa, como una membrana que asfixia y protege al mismo tiempo. Mientras, en pinturas como Nacimiento, No dejes de seguirme y Lo que piensa el agua, la luz y yo, se apunta a los inicios, a la infancia como un territorio germinal, el lugar donde la identidad comienza a tomar forma. Y, en diálogo directo con estas, la instalación Segunda piel convierte  la sala en una metáfora del destino, y sus posibles  bifurcaciones.

Sin embargo, hay un nivel más íntimo, más silencioso, que atraviesa todas estas capas: la memoria. Obras como Esta piel no olvida (2025) y Nada es para llevar, todo es para vivir aquí (2025) se sitúan en ese plano, transformando las bolsas plásticas en depósitos de recuerdos iluminados. El resplandor del texto en neón sobre la fragilidad del plástico convierte a cada bolsa en un archivo poético, un relicario de momentos que insisten en permanecer con nosotros. Aquí ya no se trata de lo que podemos llegar a ser, ni de las raíces que evocamos, sino de aquello que se resiste al olvido: fragmentos de la vida que cargaremos por siempre, como un equipaje invisible. La piel de ese primer gran amor, una derrota terrible, o el sabor de una cerveza helada entre amigos en pleno verano; son los instantes que nos forman, que nos recuerdan constantemente quiénes somos.

De este modo, la muestra termina por devolvernos al inicio, a la desesperación de Dante en medio de la selva oscura, buscando entender quién es. Cada una de estas obras aporta un ángulo distinto al concepto de identidad, pero es en su conjunto donde se teje el verdadero sentido de la propuesta. La segunda piel que propone Villabón no es una máscara ni una cárcel, tampoco una única superficie que se desvela. Es la suma de todas las capas que nos configuran: la herencia cultural, la mirada de los otros, la intimidad compartida, los recuerdos que se aferran e incluso aquellos aún por vivir. Esa es la búsqueda que atraviesa la obra de Villabón y, al mismo tiempo, la invitación que nos lanza a sus espectadores: reconocernos en la multiplicidad, asumir que somos la acumulación de todos esos fragmentos. No se trata de encontrar la salida de la selva, sino de aprender a habitarla en toda su densidad y riqueza.

Rigoberto Otaño Milián, curador