Xhe aborda en su obra preocupaciones centradas en los conflictos cotidianos del individuo contemporáneo, retrata espacios vacíos, una especie de espectro de hábitats, todas alrededor de distintos ámbitos laborales, habitados únicamente por objetos y muebles, con una estética que emula planos de arquitectura. Paisajes interiores, esbozados a gruesas líneas blancas o doradas, que despiertan ansiedad y que rememoran rutinas. Escenarios que han atestiguado vidas enteras, encerradas en cubículos de oficinas, autobuses o nichos sociales, todo visto através de su mirada crítica. En muchas de sus obras, plasma la materialidad del individuo, los límites de la celda de lo corpóreo; y en otras en cambio, deforma la realidad donde no solo alude a un espacio virtual, a la vida que existe más allá del espejo negro de nuestras pantallas, sino que también hace una exploración de las formas y el abstraccionismo. De una forma u otra, sus series pictóricas denotan los lindes contemporáneos de la experiencia humana, las paredes de nuestro laberinto colectivo.
Orlando Villatoro ha construido su obra como un puente entre sus historias familiares, provenientes del interior del país, y la contemporaneidad digital en la que habita. Para él, las tradiciones y los rituales de sus ancestros contienen una sabiduría tecnológica equiparable en muchos aspectos a la que hoy nos ofrecen la globalización y los medios digitales. Por ello, gran parte de su trabajo se ha centrado en hallar esos vínculos y exponerlos mediante recursos visuales. En su obra más reciente su pintura alude a la estética del kintsugi donde objetos quebrados unidos por hojas de oro, el kintsugi da como resultado ejemplares únicos, donde las mínimas partes forman el todo y cada obra ya no tiene que ver con ningún tipo de realidad; convierte en su propio deseo o simulacro.
En la búsqueda de Nuevos Dioses
La historia de la humanidad se ha construido mediante la superposición continua de muchas capas; de eras, civilizaciones, y reinos acumulándose durante siglos sobre la tierra. El arte es, en gran medida, responsable de esta trayectoria. Desde los primeros días del hombre, este ha intentado expresarse de múltiples formas. Ya en su más antigua producción simbólica –incluso antes del surgimiento de la actividad artística como tal– volcaba sus miedos y anhelos más complejos sobre rocas prehistóricas. Con el tiempo llegaría a proyectar el futuro, a recrear el pasado, e incluso vivir otras dimensiones del presente, conectándose con mundos por encima de nuestros mundos. Por más distantes que podamos sentirnos de aquellos primeros artistas, durante los más de 10 mil años de existencia de nuestra especie, el ser humano ha temido, odiado y amado exactamente con la misma intensidad, buscándole un sentido a sus relatos, y rindiéndole culto a dioses similares.
Conciencia e Hiperrealidad
Muchos han sido los artistas que se han preocupado por la información a la que la conciencia se ve expuesta. Tal ha sido el caso de Cecilia Cruz (Xhe), una creadora salvadoreña que aborda, desde su obra, preocupaciones centradas en los conflictos cotidianos del individuo contemporáneo. Su serie Enjaulados retrata un amplio espectro de imágenes, todas alrededor de distintos ámbitos laborales. Espacios vacíos, habitados únicamente por objetos y muebles, con una estética que emula planos de arquitectura. Paisajes interiores, esbozados a gruesas líneas blancas o doradas, que despiertan ansiedad, que rememoran rutinas. Escenarios que han atestiguado vidas enteras, encerradas en cubículos de oficinas, o autobuses. Visto a través de sus ojos, nuestro presente no se encuentra muy lejos de los futuros distópicos de George Orwel o Aldous Huxley, donde las personas se resumen a un número de serie, un horario, o un puesto de trabajo.
En una serie posterior, titulada Planos en deformación, Xhe explora los puntos de contacto entre la figuración y el abstraccionismo, propiciando también el diálogo realidad-ficción, muy cercano a las nuevas formas de consumo que se han venido desarrollando en la sociedad actual, inmersa en las nuevas tecnologías digitales. Estas piezas se inundan de personajes a medias, que fluyen, como ideas, hacia estructuras abstractas, trazos, colores, y formas. Todo sucede sobre un patrón de papel tapiz, que desde su misma reiteración homogeneiza todo aquello que cubre. En palabras de la artista: “una analogía del internet y la publicidad, es como mi algoritmo pictórico”.
Si bien entre ambas series se extiende una distancia estética considerable, a nivel discursivo encontramos una complementariedad insospechada. Enjaulados representa el espacio físico, la materialidad del individuo, los límites de su celda de carne; mientras que Planos en deformación alude a su espacio virtual, a la vida que existe más allá del espejo negro de nuestras pantallas. De una forma u otra, ambas series denotan los lindes contemporáneos de la experiencia humana, las paredes de nuestro laberinto colectivo.
Por otro lado, Orlando Villatoro, artista también de El Salvador, ha construido su obra como un puente entre sus historias familiares, provenientes del interior del país, y la contemporaneidad digital en la que habita. Para él, las tradiciones y los rituales de sus ancestros contienen una sabiduría tecnológica equiparable en muchos aspectos a la que hoy nos ofrecen la globalización y los medios digitales. Por ello, gran parte de su trabajo se ha centrado en hallar esos vínculos y exponerlos mediante recursos visuales.
En su obra más reciente, el foco de atención se ha trasladado a figuras icónicas de la Historia del Arte. Las enfrenta a referentes contemporáneos de la cultura popular, buscando el diálogo ya sea mediante la oposición o la complementariedad de sus discursos.
En esta serie de trabajos, que ha nombrado Hiperrealidad, explora además la enorme promiscuidad de los relatos actuales; esos que son modelados y filtrados radicalmente por los medios de comunicación, impidiéndole a la conciencia distinguir entre lo real y lo ficticio.
Como líneas de tiempo superpuestas en una misma fracción de código del universo, el David de Miguel Ángel coexiste con Bugs Bunny, y el Napoleón de Jacques-Louis David cabalga fragmentos del Balloon Dog de Jeff Koons. También vemos a la Venus de Milo, con las clásicas orejas de Minnie Mouse brotando de su cabeza, rodeada de pitufos. Además, incluye referentes del mundo de los videojuegos y el anime japonés, todo construido en un entorno caótico y colorido, de gran incentivo visual. En estos lienzos, Villatoro introduce la idea del glitch (errores o resultados no previstos), como su peculiar manera de marcar límites entre la verdad y el constructo, de hacer visible esa fractura entre realidad e imaginación, que a ojos del filósofo francés Jean Baudrillard pareciera desaparecer en las sociedades actuales, ante la creciente necesidad de los estímulos simulados.
Las lecturas de estas piezas se dispersan por múltiples direcciones: hay un discurso que busca la esencia clásica en la cultura pop contemporánea; otro que entiende a toda nuestra historia como una única línea de tiempo, que oscila entre la alta cultura y su disolución a lo largo de los siglos, mediante la democratización de los medios artísticos. Así, cuando Jacques-Louis David pintaba su Napoleón, sin saberlo también plantaba la semilla para que Jeff Koons, siglos después y en circunstancias muy diferentes, convirtiera en un icono del arte contemporáneo a algo tan poco trascendental como el balloon dog. Ambos artistas, sus procesos, e incluso sus representaciones, son causa y consecuencia inevitable dentro del flujo histórico del arte. Villatoro los unifica bajo un único signo, junto a muchos otros referentes de los que se apropia en su trabajo.
Los Nuevos Dioses
La muestra bipersonal “Nuevos Dioses” que ocupa las salas de Galería 1-2-3 de San Salvador, presenta obras de ambos artistas, trazando unas curiosas pautas museográficas. Xhe aborda las circunstancias, tanto físicas como virtuales, del sujeto actual; mientras que Villatoro nos habla de sus distintas formas de culto a lo largo de la historia, de las capas mediante las que ha dotado de sentido su experiencia, de sus diversos relatos. Como espectadores, notamos que ella ha investigado las razones, y él, por su lado, las consecuencias de nuestra contemporaneidad.
Para crear este diálogo sinuoso entre causa y efecto, conciencia e hiperrealidad han volcado en el espacio físico una selección de obras de cada una de las series anteriormente mencionadas. Aunque predominan los lienzos de diversos tamaños, estos coexisten con un grupo de grabados de pequeño formato pertenecientes a la serie Enjaulados de Xhe, los cuales fueron realizados en hoja de aluminio metalizada color dorado. Esta mezcla de técnicas y dimensiones le aporta una gran riqueza visual a la exposición como conjunta.
Además, la muestra añade un extenso cuerpo de piezas creadas en coautoría. Estas parten de una superposición visual, casi simbiótica, que se transmite a una superposición de soportes y a su vez a una discursiva. Cada una se ensambla a partir de 3 formatos, 3 superficies con su respectiva carga simbólica (pared, lienzo y vidrio). La pared, que nos recuerda la intención de aquellos diseños de papel tapiz, en la serie de Xhe (Planos en deformación), usualmente alberga los nuevos poderes económicos que rigen el mercado, llegando incluso a contener patrones decorativos con los logos de marcas de lujo, como Louis Vuitton y Hermès. En la segunda capa, emerge una yuxtaposición de imágenes, en consonancia con el trabajo anterior de Villatoro, que propicia el diálogo entre iconos canónicos de la Historia del Arte y referentes de la cultura contemporánea. Así una misma imagen enfrenta elementos de la Mona Lisa con Minnie Mouse, o a Charlie Brown y Snoopy con la noche estrellada de Van Gogh.
Las piezas funcionan como una suerte de palimpsestos, en los que los textos anteriores perviven enriqueciendo la imagen actual. De esta forma, nuestra verdad queda segmentada en diversos planos, que coexisten, en un eterno proceso de retroalimentación. Así, Xhe y Villatoro nos guían en la búsqueda de los nuevos dioses de nuestra contemporaneidad: híbridos entre la herencia de las grandes instituciones de la historia y la soltura de la cultura de masas; sustentados por los poderes del mercado, los estados de opinión, y los resultados cuatrimestrales; en un diálogo eterno entre el humor, la intertextualidad y la saturación de referentes visuales.
El mismo simio, nuevos dioses
De cierta forma, todo lo que creamos es una readecuación del pasado, una apropiación cultural de esos mitos, que pudiéramos rastrear desde el primer artista de las cavernas. Analizando la pintura rupestre de las cuevas de Altamira y Lascaux, Arnold Hauser describe un fenómeno curioso:
«El pintor y cazador paleolítico pensaba que con la pintura poseía ya la cosa misma, pensaba que con el retrato del objeto había adquirido poder sobre el objeto; creía que el animal de la realidad sufría la misma muerte que se ejecutaba sobre el animal retratado. La representación pictórica no era en su pensamiento sino la anticipación del efecto deseado; el acontecimiento real tenía que seguir inevitablemente a la mágica imitación; mejor todavía, estaba ya contenido en ella, puesto que el uno estaba separado de la otra nada más que por el medio supuestamente irreal del espacio y del tiempo» [Hauser, Arnold. Historia Social de la Literatura y del arte. Editorial Labor S.A. 1992.]
Desde sus inicios, el hombre ha sentido la necesidad de proyectar su experiencia en forma de relato, de convertir todos los elementos de su entorno en parte de su propia historia. La ira que sintió Aquiles hace aproximadamente 3 mil años, ante la muerte de Patroclo, es biológicamente idéntica a la que hoy impulsa guerras en todo el mundo. Y el bisonte, deseado por aquellos hombres en Altamira, no dista mucho de los anhelos típicos del sujeto contemporáneo, como la libertad, la seguridad, el poder o los recursos. Somos el mismo simio, que ha nacido y ha muerto, durante siglos, a la deriva en un río interminable de tecnologías e historia.
Loliett M. Delachaux
Ciudad de Panamá, septiembre 2022