Tres conceptos conforman la obra de Iván Loboguerrero: la espiritualidad, la naturaleza y el ser humano. Estos tres, en un estado de constante interacción, buscan el equilibrio a través del color y
la forma. Nada de lo que ocurre sobre el lienzo de estas obras, es tan evidente como lo que el ojo del observador puede capturar en una primera mirada. El ejercicio del artista se completa, cuando en
una suerte de juego visual muy cercano a la pareidolia[1], va descubriendo poco a poco formas realistas detrás de una especie de maraña vegetal monocromática. Cada persona interpreta estas
formas de acuerdo a sus propios imaginarios, experiencias y expectativas, generando diversas reacciones y deducciones. Y este es uno de los objetivos que tiene Loboguerrero, cuando haciendo
uso de luces y sombras, espera plantear un escenario en que se van descubriendo poco a poco, capas de sentido.
Uno de los temas que el artista pone de manifiesto en cada obra, es la relación ser humano-naturaleza. Como unos mantos compuestos por las filigranas de hojas, éstas cubren a los
personajes en una especie de protección que los resguarda, a la espera que de manera recíproca, los humanos devuelvan lo mismo hacia ellas. Las pinturas proponen ese equilibrio en una relación de
respeto, entre una naturaleza abundante y generosa, y una humanidad, consciente y cuidadosa.
Alejandra Fonseca